Ese día se dejó los auriculares en casa pero el no tener música no le impedía quedarse embobada mirando a través de la ventana del autobús. Lo que no se dejó fue su sudadera de los Red Socks de Boston 2 tallas más grande porque al parecer, fuera, hacía algo de frío. Ella no viajaba por que tuviera un destino predeterminado, llegara tarde a alguna cita o porque se hubiera olvidado de recoger a alguien, sino que viajaba por mero placer. Apoyaba su cabeza, decorada con un gorro rojo de lana, en el cristal del bus mientras observaba el mundo exterior, su ritmo. Estaba perdida.En unos de los frenazos de la máquina despertó de su trance y vio un parque. Un parque al que ella solía ir de pequeña y que desde entonces no iba. Lo observó y pudo reconocer cada uno de los detalles del mismo. Recordó esos columpios donde aprendió a columpiarse y donde soñaba que podía tocar las estrellas con la punta de sus pequeños dedos. Recordó la fuente la cual siguiendo a una paloma, tropezó y se cayó en ella. Lo que no recordó es una zona ocupada por unos cuantos chicos que rondaban la adolescencia , como ella. Era una con algunas rampas y una especie de piscina donde los muchachos con los monopatines hacían increíbles piruetas que la fascinaron.
El conjunto de todo ello hizo que saltara de su asiento y corriera a bajarse del autobús.
A pocos metros un chico. Llevaba unos jeans algo rotos, una sudadera de Heineken remangada hasta los codos, por lo que podían observar algunos rasguños en los brazos y unas Vans algo zarrapastrosas. Rondaba con su monopatín esquivando a los pequeños niños que se disponían a pasar una tarde de juegos de aventuras cuando la vio.
Entonces, el la vio, iva con su pelo suelto que el viento se lo ponia en la cara. Miraba al parque con una expresión como de añoranza al mismo tiempo que metía sus manos en los bolsillos de su sudadera y le sonreía a un niño que pasaba a su lado. Seguía mirándola como deseoso de que aquello fuera real.En ese instante ella tornó un poco su cabeza y sus ojos se posaron en los suyos, perdió el control del monopatín y para cuando volvió a mirar al frente vio una enorme farola.
–¡¿Estás bien?! –gritó ella mientras corría hacia él.
–¿Qué?
–Valla golpe. Déjame ayudarte.
Cuando se levantó sus ojos se volvieron a posar en los de la chica. Ella se quedó mas embobada que cuando estaba en el bus. Y el corazón de él se aceleró aunque no sabía si por ella, por la vergüenza o por ambas. Pero tras unos segundos de estupidez y de risas por parte de pequeños que tuvieron el placer de ver la escena él pudo hablar:
–Hola..
–¿Hola? Enserio, ¿estás bien? –dijo mientras aún sostenía ligeramente su antebrazo tatuado.
–Si ¿y tú? –no sabía si era la vergüenza o el golpe lo que hablaba
por él pero en cualquier caso no hablarla sería un gran error. –Em, perdona, ha sido la caída. Estoy bien, gracias.
–¿Qué ha pasado? –dijo ella con media sonrisa en la cara.
–Nada, tropecé.
Vio que ella cogía su antebrazo y volvió a mirarla a los ojos. Ella rápida le soltó y se rascó la nuca tímida.
–Te acompañaré a por algo de hielo. –metió las manos en sus bolsillos.
–No es necesario, estoy bien.
–Tienes un chichón del tamaño de la Antártida.
–En ese caso ya tengo hielo...
Sabía que era un chiste malo peor no pudo retener una carcajada lo que produjo una amplia sonrisa en él. Ella caminó hasta unas mesas de una terraza cercana, cogió un par de hielos de un vaso vacío y los envolvió en un pañuelo que guardaba en su bolsillo. Regresó, se puso junto a él y colocó el invento en su chichón. Él no dejó de mirarla y cogió también el pañuelo haciendo que sus dedos se rozaran, entonces ella soltó el trapo:
–¿Y el gracioso se llama?
-Javi ¿y la chica precio...la chica?
–Cristina
–¿Te apetece dar un paseo,Cristina? –dijo con un mal movimiento la cual le provocó una mueca de dolor.
–Sí, claro.
–¿Adonde?
–No lo sé, me he bajado del autobús porque venía a este parque cuando era pequeña e iba a dar una vuelta, pero luego te he visto y luego te has caído...
Jake cogió su monopatín tirado unos metros más lejos, se lo colocó bajo el brazo y empezó a andar.
–¿Vamos? –le sonrió.
–Claro.
Los dos se pusieron a caminar y se fueron adentrando hacia un pequeño bosque del parque, un parque que había presenciado un encuentro demasiado torpe y dulce.
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