viernes, 20 de julio de 2012

Somos prisioneros y las jaulas que encarcelan nuestros sueños, son las circunstancias.

Hay días en los que la ciudad se me queda pequeña y la falta de libertad me agoniza. Tu recuerdo se pasea por mi mente y estremece hasta el último gramo de mi cuerpo. Quisiera coger un tren y plantarme a tu lado como en una de esas películas en las que el final es feliz. Desvelada, recuerdo que alguien me dijo alguna vez que no hay que prometer cosas cuando estás enamorado, y ahora aquí me tienes, pidiendo a gritos que me lleves a un bar a olvidar que alguna vez estuve entre sus brazos. Quizás fue en el Martini con vodka cuando me dijiste que no sabías si volvería a mí o si era el hombre de mi vida. Pero que si de algo estabas segura era de que no era como el resto, tenía ese aura especial que averiguaste que mis ojos habían visto. Con la mente vagando en sus caricias, y la realidad estampada en mi ventana aprendí a seguir creyendo en promesas que se hacen en un suspiro de sol, aunque sea con un solo ápice de ilusión, de esos que le amaron algún día.

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