jueves, 31 de mayo de 2012

cincuenta y cinco veces le agradecí aquella noche que no llevara ni gota de perfume.


Aquella noche en la que las lágrimas ahogaban mis palabras, permanecerá grabada en mí mucho más allá de mi muerte. Esa noche me percaté de que existe un instante preciso, que dura apenas un ligero aleteo de mariposa, en el que todo se rompe. El amor se desgasta, se consume, y acaba por hacerse añicos como una pieza de la más valiosa vajilla de porcelana.Sus pedazos cortan como el más afilado de los cuchillos, arañando tu alma y clavándose en cada parte de tu ser dejando una cicatriz sin cura que te recordará por siempre algo que ya no podrás tener.Cuando el amor se rompe, cuando sabes que todo ha acabado, cuando sabes que nunca más volverás a sentir lo mismo, ni volverás a amar de la misma forma. El amor es inocente, puro y sincero, pero cuando te dañan ese tipo de amor desaparece por siempre, volviéndose tan inalcanzable como la más brillante de las estrellas. Y es así, levantarte una mañana y saber que nunca más te volverá a mirar con ternura mientras duermes, que no te volverá a atraer hacia él de la cintura para robarte un beso, notar el frío en su lado desnudo de la cama, saber que la luna nunca más te volverá a encontrar perdida en su pecho. Cuando se acaba, tu mundo se tambalea, las lágrimas huyen fugitivas por tus mejillas, la voz enmudece y ningún gramo de ti vuelve a ser, sin él.

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