lunes, 2 de enero de 2012

Ella era así, y hasta yo sabía que no se la podía cambiar. Tenía sus cosas buenas y sus cosas demasiado buenas, cosas que no se podían cambiar. Era de esas que prefería el cigarro de después, antes que el “Buenos días, amor” .Ella no disfrutaba de una caricia. No era de esas que se pasaban 364 días al año esperando San Valentín. Ni la mayor joya ni la más romántica poesía, conseguían robarle un beso. Era de esas que llevaban los tacones incluso en el trabajo, pero era distinta a todas las demás. Tenía contado cada segundo que tardaba en ir de la puerta a la cama. Y se preocupaba en olvidar cada uno de los nombres que cada día se memorizaba su agenda. Ella, pensaba que la vida era demasiado sencilla. Y pensaba que nosotros mismos, atraíamos el dolor a nuestras vidas. Ella sentía indiferencia por sus sentimientos. Ella era así, y hasta yo sabía que no se la podía cambiar. Hasta que un nombre que se la olvidó borrar de su mente la recitó con sus miradas uno de los poemas más románticos que había oído. Un nombre que era distinto a todos los demás. Un nombre que, pensó, algún día le descubriría el mundo… Entonces, ella cambió. Acabó , como pensaba, atrayendo el dolor a su vida. Acabo descubriendo que por muchos nombres que tuviera en su agenda,ninguno sonaba tan bonito como el suyo.

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